La ballena yubarta (Megaptera novacangliae)
integra la Lista Oficial de Especies Amenazadas de Extinción y protegidas desde la prohibición total de caza de 18 de diciembre de 1987. Esto es debido a que por aquellas fechas su población había disminuido en más de un 90%. Por ejemplo, entre 1900 y 1940
más de 100.000 ballenas fueron cazadas tan solo en el hemisferio sur. Desde su fecha de protección la población han ido aumentando lentamente, aunque estas ballenas siguen sufriendo distintas amenazas debido a la polución en las áreas costeras y a la colisión con embarcaciones. Las ballenas abandonanlas gélidas aguas de la Antártida y migran al litoral de Bahía, de julio a noviembre,alcanzando en Abrolhos la mayor concentración del Atlántico Sur Occidental.
En el Parque Natural, durante estas fechas, hay unas 2.500 ballenas.
Miden de 11 a 15 m de longitud y pueden llegar a alcanzar las 30 toneladas de peso. La parte interna de la aleta caudal tiene un patrón único de coloración para cada animal, que sirve para identificarlas. Algunos ejemplares han sido reconocidos hasta cuatro veces en el archipiélago. Los ballenatos miden unos 4 metros al nacer y pesan alrededor de los 700 kilos. Es habitual que regresen al mismo lugar al que les llevó inicialmente su madre, por lo que las poblaciones de distintos hemisferios raramente se mezclan. Las ballenas no comen durante su estancia en Abrolhos dedicándose únicamente al cuidado y amamantamiento de su cría. Pero durante el tiempo que pasan en la Antártida se dedican a cazar en grupos formando redes de burbujas. Su alimento fundamental es el krill y pequeños peces. En la etapa de reproducción las ballenas Yubarta entonan un canto melancólico que puede oírse en kilómetros a la redonda y que dura hasta treinta minutos. Cuentan en las islas que los antiguos navegantes confundían su sonido con el canto de sirenas.
Miden de 11 a 15 m de longitud y pueden llegar a alcanzar las 30 toneladas de peso. La parte interna de la aleta caudal tiene un patrón único de coloración para cada animal, que sirve para identificarlas. Algunos ejemplares han sido reconocidos hasta cuatro veces en el archipiélago. Los ballenatos miden unos 4 metros al nacer y pesan alrededor de los 700 kilos. Es habitual que regresen al mismo lugar al que les llevó inicialmente su madre, por lo que las poblaciones de distintos hemisferios raramente se mezclan. Las ballenas no comen durante su estancia en Abrolhos dedicándose únicamente al cuidado y amamantamiento de su cría. Pero durante el tiempo que pasan en la Antártida se dedican a cazar en grupos formando redes de burbujas. Su alimento fundamental es el krill y pequeños peces. En la etapa de reproducción las ballenas Yubarta entonan un canto melancólico que puede oírse en kilómetros a la redonda y que dura hasta treinta minutos. Cuentan en las islas que los antiguos navegantes confundían su sonido con el canto de sirenas.
A nuestra llegada a Abrolhos ya había anochecido y fondeamos en una boya en la isla de Santa Bárbara, la única que no pertenece al Parque. La navegación a Abrolhos requiere experiencia marinera: el nombre de Abrolhos viene del portugués "abra os olhos", abre los ojos, expresión utilizada por los antiguos navegantes portugueses para alertar de la presencia de arrecifes cercanos a la superficie, que dieron lugar a numerosos naufragios. Hoy en día algunos de estos pecios sirven de refugio a multitud de especies marinas y son el paraíso de los buceadores.
Abrolhos fue constituido en 1983 Parque Nacional Marino por el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales (Ibama) y está formado por cuatro de las islas del archipiélago: Siriba Guarita, Sueste y Redonda, así como el Parcel de Abrolhos, el arrecife de Timbebas y todo el espejo de agua que las rodea. En total alrededor de 90.000 hectáreas. En la isla de Santa Bárbara, la única habitada, viven no más de una docena de personas, todos militares e investigadores y cada uno de ellos con una función determinada. Felipe Buloto, representante del Ibama, vino a nuestro encuentro en una lancha fueraborda. Es un hombre joven, de unos treinta años, quemado por el sol y de amplia sonrisa. Pudimos conversar durante largo tiempo con Felipe a bordo del Titan y aprender sobre su vida en la isla: las historias de los barcos que han naufragado, su emoción con la llegada anual de las primeras ballenas. A Felipe le encanta su trabajo. Pero tiene que hacer sacrificios.
En la isla no hay supermercados ni tiendas, hospitales o escuelas. No puede ir al cine ni al teatro. Pero Felipe ve cada día la puesta de sol, sabe en qué fase está la Luna y de dónde sopla el viento, realiza censos de los peces, del estado de los corales, supervisa los nidos de alcatraces,
fragatas y atolbas y sobre todo observa y estudia el entorno para entender mejor el impacto medioambiental del turismo. Felipe sabe que el entorno
natural del planeta está en grave peligro y con su entusiasmo y ejemplo ayuda a los visitantes de Abrolhos a concienciamos aún más de ello. Si no nos unimos, en la parte que nos toca, al esfuerzo de gente como Felipe, las próximas generaciones solo podrán ver algunas de estas especies en fotos, libros o museos. En verdad es difícil, hasta que no llegas a la isla, imaginarte la forma de vida de estas personas. Los militares permanecen
en la isla por periodos de dos años con solo diez días de permiso para ir al continente cada tres meses. De los cinco militares que viven en la isla, tres conviven con sus mujeres y uno de ellos también con sus dos niñas. Estas estudian por internet y desde luego tienen mucho tiempo para aplicarse, pues dice su profesora que son las alumnas más aventajadas en su curso. Terminamos el día con una tranquila y placentera inmersión
nocturna. El viento había calmado y el mar nos ofrecía sus toques de fluorescencia según movíamos nuestras aletas. Durante la noche unos peces
duermen, como el loro que vimos envuelto en un líquido viscoso que segrega para protegerse, y otros están al acecho como la morena verde.
En la isla no hay supermercados ni tiendas, hospitales o escuelas. No puede ir al cine ni al teatro. Pero Felipe ve cada día la puesta de sol, sabe en qué fase está la Luna y de dónde sopla el viento, realiza censos de los peces, del estado de los corales, supervisa los nidos de alcatraces,
fragatas y atolbas y sobre todo observa y estudia el entorno para entender mejor el impacto medioambiental del turismo. Felipe sabe que el entorno
natural del planeta está en grave peligro y con su entusiasmo y ejemplo ayuda a los visitantes de Abrolhos a concienciamos aún más de ello. Si no nos unimos, en la parte que nos toca, al esfuerzo de gente como Felipe, las próximas generaciones solo podrán ver algunas de estas especies en fotos, libros o museos. En verdad es difícil, hasta que no llegas a la isla, imaginarte la forma de vida de estas personas. Los militares permanecen
en la isla por periodos de dos años con solo diez días de permiso para ir al continente cada tres meses. De los cinco militares que viven en la isla, tres conviven con sus mujeres y uno de ellos también con sus dos niñas. Estas estudian por internet y desde luego tienen mucho tiempo para aplicarse, pues dice su profesora que son las alumnas más aventajadas en su curso. Terminamos el día con una tranquila y placentera inmersión
nocturna. El viento había calmado y el mar nos ofrecía sus toques de fluorescencia según movíamos nuestras aletas. Durante la noche unos peces
duermen, como el loro que vimos envuelto en un líquido viscoso que segrega para protegerse, y otros están al acecho como la morena verde.
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